¿Estoy despierto? No, creo que aún no. Debe ser eso que dicen…como era…duermevela.
Va a sonar en breves, esa melodía polifónica del infierno que irá progresivamente subiendo de intensidad sino la paro, para que no me escape, para que no me pueda librar de mi vida, una continua secuencia de desmotivaciones.
Prefiero despertarme que oírla.
Una historia de desmotivaciones
Detengo la alarma antes de que suene. Echo de reojo un vistazo al móvil: 15 mensajes de whatsapp sin contestar. Más de la mitad seguro que son clientes, parece que me huelen.
Hoy es el primer día de vuelta al trabajo después de las vacaciones. Creo que sufro eso que llaman depresión postvacacional. Pero no, porque no es algo pasajero, detesto mi trabajo. No les aguanto y no quiero oírles, daría cualquier cosa por quedarme aquí sumergido.
Venga… tienes que levantarte, vas a llegar tarde. No lo pienses más.
Pensaba que con irme de vacaciones se arreglaría todo. Perderles de vista, limpiarme el aura y volver con ganas, pero estoy casi peor que cuando me fui. He estado viviendo, y ahora, me toca volver a interrumpir mi vida durante 5 días para que los dos restantes pueda huir y olvidarme de todo.
Así un mes y otro, hasta que lleguen navidades, o bueno, algún puente. ¿Cuándo es el primero?
No lo pienses, no lo pienses, no lo pienses.
Desmotivación laboral
Caliento el café, aparto el móvil donde no lo pueda ni ver. Me hago mis tostadas y mientras voy abriendo el AS en el ordenador. Es curioso, pero la prensa deportiva siempre consigue evadirme de esta mierda.
Pienso que debería contestar. Cojo el móvil. Son mensajes amables, de momento, pienso. Me da igual, sólo con ver que me escriben siento que se entrometen en mi vida, que me la obstaculizan sin permiso.
Me cabreo y tengo ganas de pagarlo con ellos, o con alguien, me da igual. No soy feliz y quiero serlo. Me dicen que vaya al psicólogo, pero ¿acaso el psicólogo tiene algún remedio para no ir a trabajar y ganar dinero?
Me visto a prisa. Bajo las escaleras y a mitad de camino me doy cuenta que me he dejado la comida. La falta de costumbre. Desmotivación, otra vez.
Vuelvo suspiro, abro y entro a la cocina, cojo la comida y salgo el doble de rápido. Me dirijo al metro y hace calor, pienso qué dentro de lo malo, ir a trabajar en manga corta tiene su punto.
Llego al vagón y no me encuentro los habituales rostros taciturnos de primera hora de la mañana. No es que haya una fiesta en el vagón claro, pero no siento esa amargura a la que estoy tan acostumbrado.
Supongo que todos hemos cogido fuerzas durante el verano. Por un momento me siento unido a estas personas, estamos luchando.
Estamos luchando por seguir, por cumplir con nuestras responsabilidad, ¿pero por cuánto tiempo?.
En algo nos estamos equivocando si esto es lo que entendemos por vida.
No es sólo el dinero, es todo. Esto es lo que sé hacer, ¿cómo me voy a ir?, ¿qué voy a decir a los demás? Se supone que tengo el trabajo soñado. No debería rendirme, debería seguir…
Necesitas un cambio…
¿Cómo me voy a ir ahora…?, ¿y a dónde?
¿Cuánto tiempo puedo (podemos) continuar así?
Este trabajo me chupa la sangre y calculo que para mediados de Noviembre ya no podré más. Otro año igual.
¿por qué no lo dejas?
Se abren las puertas del vagón. Bienvenida rutina.
Como si fuese tan sencillo. No es fácil que encuentre otro sitio donde puedan mantenerme el salario.
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