La ansiedad es un “sentimiento de miedo, temor e inquietud”, según la definición de Medline Plus, la base de datos online de la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos.
Es un temor o una honda preocupación por lo que va a ocurrir o puede ocurrir y todos sabemos los síntomas que manifiesta: sudores, inquietud, tensión e, incluso, palpitaciones. Aumenta el ritmo cardiaco, hiperventilamos, nos sudan las manos y nos cuesta pensar ordenadamente: eso es un episodio de ansiedad.
En la mayoría de las ocasiones, la ansiedad es la reacción normal a situaciones puntuales de estrés. De hecho, en esas ocasiones no es más que un mecanismo adaptativo de nuestro organismo, que de esa forma consigue obtener una dosis extra de energía o concentración.
El estrés libera una hormona, el cortisol, que ayuda a que reaccionemos de forma rápida y hábil a situaciones de peligro o exigencia. Por ejemplo, ante un examen para el que llevamos mucho tiempo preparándonos, o en una situación de mucha presión laboral. Dado que forma parte de nuestros mecanismos primarios de supervivencia, ni es posible ni es bueno eliminar la ansiedad para siempre.
Los trastornos de ansiedad afectan a más de 260 millones de personas
Sin embargo, la ansiedad puede convertirse también en un trastorno mental. Para quienes sufren ansiedad, el miedo o el temor a lo que va a ocurrir deja de ser algo pasajero para una situación concreta, y pasa a convertirse en algo permanente y, en ocasiones, paralizante. Hay pocas situaciones tan angustiosas como un ataque de ansiedad.
La ansiedad no es un problema menor. Según la Organización Mundial de la Salud, más de 260 millones de personas en todo el mundo sufren trastornos de ansiedad. Los trastornos mentales comunes están en aumento en todo el mundo
Entre 1990 y 2013, el número de personas con depresión o ansiedad aumentó en casi un 50%, de 416 millones a 615 millones, alcanzando a cerca del 10% de la población mundial. Los problemas derivados de la ansiedad y la depresión (el otro gran problema de salud mental a escala global) cuestan a la economía mundial un billón de dólares cada año, según un estudio de la organización publicado en 2016 en The Lancet Psychiatry.
En España, el 6,7 % de la población está afectada por la ansiedad crónica, exactamente la misma cifra de personas con depresión, y con una mayor prevalencia entre las mujeres (9,1 %) que en hombres (4,3 %), según los datos de la última Encuesta Nacional de Salud, publicada en 2017. En hombres, la ansiedad alcanza su máximo entre los 45-64 años, y en mujeres entre los 55 y los 84.
Causas de la ansiedad
Las causas de la ansiedad pueden ser muy variadas. En realidad, todo aquello que nos incomoda o nos provoca dudas puede generar ansiedad, si se da en las condiciones adecuadas.
Por ejemplo, acumular estrés durante mucho tiempo sin encontrar la vía para liberarlo o vivir situaciones de mucha carga emocional. La actual situación de pandemia global que estamos atravesando es, evidentemente, un factor que puede desencadenar episodios de ansiedad.
En otras ocasiones la ansiedad la generan los hábitos de vida. Mantener una vida poco activa y saludable es un factor preponderante. También la vida desorganizada o las adicciones.
Hay, también, una serie de factores biológicos que influyen en la predisposición a sufrir ansiedad. Por último, podemos citar factores sociales: la insatisfacción con la vida social o la resistencia a los cambios. Simplemente, hay personas más vulnerables a la ansiedad.
Como habrás podido observar, podemos influir sobre algunas causas, pero no sobre otras. La ansiedad existe, la generamos por nuestro propio bien y no sirve ignorarla ni podemos eliminarla para siempre.
Por eso, y teniendo en cuenta que la ansiedad no es negativa per se, para muchos será muy útil asimilar que no van a poder eliminar del todo la ansiedad. Es más, la creencia en que pueden eliminar para siempre la ansiedad puede acrecentar el problema. En esos casos; ¿Qué tal asumir que está ahí, aprender a controlarla y usarla en beneficio propio?
Cómo gestionar la ansiedad
Para estos casos, hay que aprender a gestionar esta emoción, dominarla y usarla en nuestro beneficio. Lo primero, hay que aprender a identificar los ataques de ansiedad. Conviene fijarse en algunas claves fisiológicas (temblores, hiperventilación, tensión muscular, hormigueo, nauseas), cognitivas (dificultad para concentrarse o mantener la atención, pensamientos recurrentes) y conductuales (impulsos, hiperactividad).
Hay algunos elementos que lo distinguen de los ataques de pánico, con los que tiende a confundirse: un ataque de ansiedad suele tener un desencadenante, y desarrollarse de forma gradual.
Una vez identificada, conviene aceptarla como tal, no obsesionarse con eliminarla. Entonces, podremos aplicar los métodos para evitar que nos perjudique. Por ejemplo, evitando pensamientos distorsionados y generando otros alternativos más realistas, o aplicando técnicas de relajación. Para esto, es muy bueno prestar atención a la respiración, pero hay otras muchas técnicas que se pueden aplicar.
Y, desde luego, siempre podrás recurrir a la ayuda profesional para que te ayuden a reinterpretar la situación de amenaza y a usarla en tu propio beneficio. Si la ansiedad nos acompaña, lo mejor es que sea yendo de la mano.