A día de hoy casi todas las personas la conocen. Lo que la mayoría desconocen es lo realmente incapacitante y duro que es sufrirla, y el trabajo que conlleva poder salir de ella. Habitualmente estos periodos se alargan sino nos ponemos en tratamiento.

La depresión es un trastorno que atiende a la desesperanza. La persona que la sufre vive inmersa en sentimientos de tristeza, apatía, anhedonia (pérdida de placer) y a menudo mucha frustración. Esta frustración ocurre debido a la incapacidad para poder sentirse de otra manera, y poder acabar de una vez, con ese estado en el que se encuentra la persona.

La persona que tiene depresión a menudo recibe mensajes del entorno tales como que es una cuestión de actitud o de exceso de negatividad. Suele escuchar también, que se soluciona echándole ganas y teniendo una buena voluntad.

Como consecuencia, la depresión también provoca aislamiento, debido al sentimiento de incomprensión a la hora de hablar de lo que se siente, y el distanciamiento que provoca ver como “todo el mundo es feliz menos uno/a mismo”.

La persona suele dejar de expresar lo que siente por temor a repetirse y aburrir a los demás, sobre todo, cuando lleva un tiempo prolongado inmersa en ese estado.

En la depresión hay una cierta renuncia emocional y fisiológica a la vida. La causa que la origina puede ser una pérdida importante, un duelo, un fracaso, una decepción, una situación de estrés agudo que nos lleva al agotamiento, étc.

Es un traje que nos invade y nos coloca en una posición de indefensión, desde donde creemos que va a ser imposible salir de ahí. Pero aunque no nos lo parezca, sí que se puede, aunque aún no sepamos cómo.